Domingo, 21 Enero 2024 La patria viandera

El oficio de cocinar para los otros

Ayelén y Luciano son cocineros y tienen sus emprendimientos culinarios en la ciudad. Todos los días cocinan para cientos. Detrás de cada plato o vianda hay una historia que debe ser contada.

Crónica urbana escrita por el licenciado en Periodismo, Hugo Cravero

Las horas vuelan.

Todo es contra reloj. Una rutina que suele tener sus altibajos, pero siempre es esquizofrénica.

En una lógica única, tanto Aye como Luciano trabajan con una meticulosa precisión. Tiempo y espacio son una sola materia. Hay que llegar a las 12, ese bendito mediodía, otro de muchos, impiadoso y divino.

Hay que cocinar, repartir, planificar, limpiar, para que la rueda vuelva a comenzar.

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Ayelén Singarella es una joven alegre. Feliz.

Cocinar para muchos nunca estuvo en sus planes. Es más, hace unos seis años atrás, cuando buscaba una herramienta para engrosar los ingresos familiares, sumar unos pesos para llegar a fin de mes, la muchacha de unos treinta y pocos era una ecónoma sin grandes luces.

- Mis hijos comían lo básico. No es que no sabía cocinar, pero hacía cosas simples. Una milanesa, una suprema, un puré. Pero hoy me animo a cualquier comida. Aprendí y cocino rico - dice y se ríe.

Las aventuras de la madre de un adolescente de 15 años y un pícaro niño que pisa fuerte a sus 12 años, comenzaron viendo videos tutoriales en YouTube, luego de incursionar en el mundo de las ensaladas.

- Hace unos seis o siete años una amiga tomó la concesión de un bar y le empecé a vender ensaladas envasadas - comenta y recuerda que en ese inicio otra amiga la ayudó en aquellos comienzos inciertos pero de grandes retos.

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Luciano es Mordacini. De los Mordacini que en San Fernando llenaron de música patios y fiestas populares. Su abuelo primero y su tío, Edgardo después, dejaron una huella con sus habilidades de arpistas en el barrio baigorriense del extremo norte, lindante con Bermúdez. Pero él, de piel aceitunada y contextura similar a la de la familia paterna, no se dedicó al arte de las notas y las canciones, sino al culinario.

Sus inicios laborales, y exceptos en tramos pocos contados, hasta hoy, Luciano estuvo relacionado al rubro gastronómico. En bares y restaurantes, aprendió el oficio desde cero. Desde lavar vasos y platos, hacer de mozo y empezar a cocinar.

- Fue en esos trabajos donde tuve el desafío de iniciarme en el trabajo de cocinar. Porque no es solamente saber qué cocinar, sino la organización, la creación de menúes, las compras previas, todo - contó Luciano en una entrevista pautada para esta crónica, donde aseguró que éste trabajo es un sueño y una felicidad que a pesar de los contratiempos no lo cambiaría por nada.

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Aye pasó de las ensaladas a las viandas elaboradas casi de manera inconsciente.

- Una vez que le empecé a vender las ensaladas otra amiga me dijo que tal si me animaba a venderlas en quioscos y comercios, como producto producido - contó la muchacha cocinera. Pero el horizonte fue más allá.

- Además ya tenía una clientela diaria que le llevaba las ensaladas a domicilio. Fueron esos clientes los que comenzaron a consultarme si hacía otros menúes. Y ahí me animé y comencé a cocinar.

Igual que Luciano, Ayelén sabe que cocinar para un número de personas requiere una organización precisa. Hay que saber qué comprar, dónde, cuánto. Hacer rendir el dinero, más en tiempos inflacionarios. Sus propuestas siempre tienen una ensalada y una comida nutritiva, sana y abundante
La carta diaria de Ayelén, que difunde tipo 10 de la mañana, de lunes a viernes, por grupos de WhatsApp de manera rigurosa, es cada vez más producida.

- Hago tortillas de papas, de zapallitos, calabazas rellenas, milanesas de berenjenas, albondigas o hamburguesas de carne, de todo. Hasta hígado con cebollas - al rematar su alocución sonríe porque cuando le pidieron ese último plato, Ayelén tuvo que aprender a cocinar algo que jamás había hecho ni comido.

- Nunca había cocinado en mí vida hígado. Salió tan rico que me lo piden para que lo vuelva hacer cada tanto- remató.

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Felicias, la rotisería vegetariana de Luciano, abrió sus puertas en febrero de 2020, a un mes del inicio de la pandemia. Su comercio, en Rivadavia casi Chacabuco, a la vuelta del Municipio baigorriense, tuvo que resistir.

- No lo podía creer. Llevaba años queriendo hacer un lugar de comida vegetariana. Antes vendía desde mí casa, pero el proyecto era ambicioso, poder cocinar y vender en el centro de la ciudad. Fueron meses durísimos, hubo familiares que me aguantaron para poder pagar el alquiler del local que estaba sin producir, pero pudimos subsistir.

La idea de la rotisería vegetariana, que vende sus productos por peso, fue madurando en Lucho, pero la característica de no expender alimentos con carne tuvo su inicio en un problema de salud del mismo creador del emprendimiento.

- Tengo un problema de salud que me limita comer carne. Entonces dije “si me sobra comida, porque no la pude vender, me lo llevo y después lo comemos en casa” - contó a este medio.

Su propuesta, llena de tartas y empanadas de diversas verduras, de tortillas sabrosísimas de acelga, zapallos, torrejas de arroz, brócolis, entre otras variedades de comida, fue tan innovadora para esa zona de Baigorria que de inmediato sumó clientes que se llegan al comercio, que sólo abre de mañana, de 10:30 a 14 horas, de lunes a viernes, a comprar en el mostrador.

- También hay personas que buscan sus menúes diarios. No tengo reparto, pero la gente viene hasta acá. De todos lados, no sólo de Baigorria. Siempre digo “no tengo muchos clientes, pero son los mejores”.

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Ayelén teje vínculos fraternos y cercanos con las personas que compran sus servicios. Puede tomarse el tiempo de escuchar a mujeres viudas, hombres que el destino dejó sin familia, personas que ella adopta como propios.

- No puedo irme con el saludo simplemente. Aunque corra de aquí para allá a la hora del reparto, me tomo unos minutos, los escucho, me dan consejo, me proponen menúes, me cuentan sus vidas. Siento que son mi familia, mis amigos. Me cuidan y los cuido - dice la joven cocinera, que ya pasó un umbral humano que sólo pocos pueden hacer.

Así fue como el emprendimiento de Aye tenga más de 50 viandas diarias en su reparto. En el mismo se suman familias, trabajadores de oficinas que no pueden cortar al mediodía, laburantes de fábricas. Ese crecimiento la hizo adquirir elementos y electrodomésticos para desarrollar su trabajo. Su cocina mezcla lo tradicional, con hornos pizzeros, freezer, batidoras, un sin fin de condimentos, y una artillería potente de sartenes u ollas.

- Casi todo lo hago sola, aunque hoy en día una amiga me da una mano cuando estoy con mucho trabajo. Igualmente generalmente las compras, los menúes, lo que se cocina y el reparto lo hago yo. A veces uno de mis hijos va a comprar algo que quedó pendiente, pero todo pasa por mí - cuenta en un proceso que exige orden y disciplina diaria.

- Es mucho trabajo, pero para mí es un placer hacerlo. A veces no podemos planificar vacaciones familiares porque mis labores lo impiden, pero mi esposo lo entiende. Lo peor es cuando me piden un menú de último momento y ellos se quedan sin comer. Pero también entienden y comen un sanguchito de fiambre - dice y se ríe con una picardía casi infantil.

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Con Luciano trabajan dos mujeres que él mismo adiestró para la cocina vegetariana.

A las 7 de la mañana comienza la faena. Un exigente trabajo que comienza desde la tarde anterior cuando Lucho hace el raconto de elementos necesario para que todo esté como debe al día siguiente.

A las 10:30 Felicias abre las puertas y se inicia la otra etapa del trabajo diario. La atención al cliente.

- Aprendí en los lugares que laburé en la calidad humana del trabajo. Creo que eso es una clave elemental para que todo salga como se debe - repasa con una seguridad que hace más certero su comentario.

El porqué del nombre de la rotisería de Luciano Mordacini, Felicias, es digna de ser contada en este texto.

Lucho es padre de cuatro hijos de varias edades. La familia de hijos pequeños hace que el consumo audiovisual de ellos sea también el de los mayores. Así fue que hasta el cansancio Luciano vio Shrek, la historia del ogro que se enamora de una princesa, con la que tienen trillizos. Uno de ellos es Felicia.

La historia de un amor imposible, el valor de la familia, la posibilidad de ser feliz a pesar de tormentas y cruzadas irrepetibles, la de caerse y volver a levantarse, resume el nombre.

Eso es Felicias, el horizonte de Lucho para ser un hombre que encara la vida misma con la valentía y orgullo de seguir a pesar de todo.

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Son las tres de la tarde.

Las viandas fueron despachadas.

En algún lugar de la ciudad un baigorriense estará satisfecho de su decisión de haber comprado el menú del día.

Ayelén y Luciano descansan un rato. Sólo un rato.

Queda por limpiar los trastos, la cocina y planificar. Qué se va cocinar mañana, qué se puede remendar para pasado.

Baigorria sigue con su rígida locura cotidiana.

Pero para ellos detenerse un ratito, respirar el aire, y saberse con una meta culminada los hace un poco más felices y deseosos de seguir.

Una mansa alegría de saberse con la misión cumplida y otra por devenir.